Si hago un repaso me encuentro con que tradicionalmente el final del año ha sido casi siempre el momento que he elegido para cambiar de trabajo cuando me siento cansado, aburrido o saturado. El 1 de Noviembre de 1994 dejé DEINSA para entrar en El País. También el 1 de noviembre pero del 2005 dejé en excedencia mi trabajo en TRAGSEGA para incorporarme a mi actual puesto: una pequeña empresa de servicios a través de la cual trabajo como externo en un Instituto dependiente del CSIC. El 1 de diciembre de 2000 dejé mi trabajo en INSA/IBM para incorporarme a MTP, una consultoría especializada en pruebas de software. El 2 de diciembre de 2002 dejé MTP para incorporarme en TRAGSEGA… Para colmo hace tan sólo un par de semanas he estado a punto de hacer una tremenda tontería y largarme a otro sitio en muy malas condiciones.
Otoño es un momento de cambios: cambia el clima, el color de las hojas… incluso cambiamos la hora, así que no debería de extrañarme. Seguramente hay algo metido en nuestros genes (o al menos en los míos) que nos empuja a seguir con esa rutina de cambios otoñales… recuerdo que en esta época mi madre siempre decidía cambiar de sitio los cuatro muebles que teníamos en el salón. El 14 de diciembre del 94 me compré un piso en Sevilla para irme, por fin, de esa casa de eternas mudanzas otoñales y el 10 del mismo mes pero en el 2004 nos mudamos a un piso algo mayor aquí en Madrid… ¡Miedo le tengo a estos meses!
Y no, no tengo tanta memoria (ya me gustaría, ya…). Me gusta anotar este tipo de fechas desde hace años y ahora puedo consultar mi archivo iCal desde Google Calendar.