El código Da Vinci. 2006. El libro en el que se basa esta pelÃcula parte de una idea discretamente buena pero se convierte en un tostón infumable debido, a mi juicio, a que está mal desarrollado y pesimamente escrito. La pelÃcula aligera y corrige la mayor parte de los defectos del libro y se convierte en un film sin pretensiones pero bastante entretenido y, desde luego, bastante mas aceptable que la novela. Asà que ya sabes: si quieres saber de que va la historia más leÃda de los últimos años por una vez pasa del libro y vete directamente a tu video-club.
X-Men: La decisión final. 2006. Ã?oña e intranscendente al igual que las dos anteriores y la gran mayorÃÂa de pelis basadas en comics Marvel. Una lástima porque, aunque lo cierto es que la inmensa mayorÃÂa de los comics de superheroes tienen guiones planos y bastante tontos, existe un porcentaje escaso de buenas historias que, bien escogidas, harÃÂan que disfrutaramos aún más de unas historias que yo sigo viendo exclusivamente por nostalgia y por lo expectacular de sus efectos especiales.
Superman returns. 2006. Ni ahonda lo suficiente en la psicologÃÂa del Hombre de Acero ni se acerca a la espectacularidad de otras pelÃÂculas de superheroes con lo cual se queda a medio camino de cualquier producto que podrÃÂa considerar aceptable. Además, aunque Kevin Spacey lo hace tan bien como Gene Hackman se echa de menos a Christopher Reeve y, sobre todo, a la fenomenal Margot Kidder que para mi siempre será Lois Lane.
Instinto maternal (Losing Isaiah). 1995. Dramón digno de Estrenos TV y totalmente prescindible aunque a mi siempre me seguirá sorprendiendo la relación de pseudo-convivencia tan difÃÂcil y casi artificial que existe entre blancos y negros en los EE.UU.
El ocaso del samurai (Tasogare Seibei). 2002. Una especia de «Sin Perdón» a la japonesa (a grandes rasgos) y, posiblemente, la mejor pelÃÂcula que he visto este mes. Seibei, un samurai de bajo rango, ha perdido las ganas de luchar tras años de cuidar hasta la muerte a su mujer enferma de tisis, a sus dos hijas y a una madre senil. Endeudado hasta las cejas, trabajando sin descanso para sacar adelante a su familia y sin olvidar su estricto código de honor descubre la satisfacción de ver crecer a sus dos hijas. Todo ello narrado durante la segunda mitad del siglo XIX y en el vórtice de los cambios en la sociedad tradicional japonesa que conducirán finalmente a la abolición de la casta de los samurais.