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Miedo

Mi padre fue el primer cinéfago que conocí.
Gracias a él puedo haber visto cosas inimaginables…

Comienzo este post como si fuese un remake del que hace mi amigo kuroi (¡qué mejor homenaje a otro enamorado del cine!) porque me siento plenamente identificado con lo que escribe: mi iniciación al cine también corrió a cargo de mi padre.

Algún día os hablaré mas de él pero por el momento baste decir que era una persona tan especial que, como a menudo pasa, no fui capaz de valorarlo mientras estuvo con vida. Cojeaba ostensiblemente de una de sus piernas y usaba cuñas ortopédicas (que el mismo se fabricaba con corcho) en uno de sus zapatos y sospecho que ni siquiera su esposa (mi madre) sabía a ciencia cierta como se había provocado esa lesión. Unas veces decía que había sido una herida de la guerra civil. Otras que se había caído desde un andamio en el que trabajaba como decorador. Cuando murió no poseía más que el contenido de los tres cajones de su mesa de noche (nunca tuvo una cuenta corriente como titular y sólo aparecía por obligación legal en las que nosotros, sus hijos, teníamos para que nos ingresaran las becas de estudios) y cualquiera que haya visto Big Fish sabe de él casi tanto como yo.

Y le gustaba el cine. La primera película que recuerdo haber visto con él en una sala fue Tiburón. Yo tenía 7 años. Luego vinieron La Guerra de las Galaxias, Superman… y pocas más. ?ramos una familia con muy pocos recursos y sólo íbamos al cine en ocasiones muy especiales. Además el padecía una afección respiratoria provocada por el tabaco que le permitía salir muy poco de casa. Nuestra principal fuente de «alimentación» era el «Vídeo Comunitario».

Los que tengan menos de 30 años no tendrán ni idea de a lo que me refiero pero hace ya mucho, mucho tiempo, se popularizaron bajo este nombre empresas que transmitían películas de vídeo de forma casera y, seguramente, ilegal. Tiraban cables coaxiales de edificio en edificio y desde ahí con pequeños amplificadores de señal enganchaban directamente con la antena del vecino que lo deseara y transmitían películas de forma continuada durante seis u ocho horas al día a barrios enteros. No me cabe duda de que fueron los verdaderos precursores de la televisión por cable.

Nuestras favoritas eran las películas de terror y las de ciencia ficción. Casi todos los días, a última hora de la noche, tocaba una de estas (salvo viernes y sábados que tocaban «eróticas» si se puede llamar así a las películas de Esteso, Pajares y compañía) y raras veces nos perdíamos una. He visto tantas películas y me he metido en tantas historias ajenas contadas a través de este medio que, a veces, soy incapaz de recordar lo que mi mujer me ha dicho por la mañana mientras desayunábamos pero rara vez me equivoco en identificar una película apenas he visto unos cuantos fotogramas.

Y, al igual que kuroi, a pesar de que disfruto enormemente sufriendo pánico con una buena película de terror cada vez me cuesta más trabajo reencontrarme con esa sensación. Y la última vez también fue con Ringu, aunque no tuve la suerte de verla en Sitges como él sino en mi casa y en DVD. No obstante, dejadme que os cuente la anécdota…

Como os digo, vi la película en casa un sábado por la noche. Me la había recomendado no-recuerdo-quien (¡que ingrato soy!) y la disfruté embobado y con esa vieja sensación de desasosiego interior que todos los enamorados del cine de terror buscamos infructuosamente entre bodrio y bodrio. Y luego me olvidé de ella. Hasta el sábado siguiente: justo una semana después… Ese sábado mi mujer no dormía en casa y, justo cuando me meto en la cama, recuerdo. Recuerdo que a la semana de ver la cinta Sadako viene a por ti a través del teléfono o de la televisión y entonces ya no hay nada que hacer… En eso me dió por pensar que, en el estado de excitación en que que me encontraba, si en ese momento sonara el teléfono (en la casa dónde vivíamos era frecuente porque nuestro número había pertenecido a una distribuidora de Coca Cola) o, de repente, la televisión se encendiera de forma espontánea (no es del todo ilógico que por avería ocurra algo así, trataba de convencerme) el infarto lo tenía más que asegurado. Así que, tratando de pensar de la forma más «lógica» que podía, me levanté de la cama y desenchufé y desconecté todos los teléfonos y televisores de la casa. Cuando volví a la cama seguí dándole vueltas a la cabeza: ¿Y si ahora suena el teléfono o se enciende la televisión? Ni siquiera tendría la excusa racional de pensar en una avería o equivocación para tratar de dominar el infarto… Así que me levanté de nuevo a conectar todos los chismes. Ya no volví a dar más paseos pero os aseguro que fue una de las noches que he pasado con mayor desasosiego. Y más feliz.

Feliz día del orgullo friki a todos.

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