Hace ya más de dos años que decidí prescindir totalmente de ese windows, concretamente cuando terminé un master cuya herramienta de evaluación exigía usar el explorer. Fue ‘el último retraso’. Ahora cuando un juego no funciona en LINUX ni lo miro, he cogido tanta soltura con The GIMP como para hacer las mismas cosas que hacía antes con Photoshop, me he enamorado de Scribus, he comprado un nuevo scanner para el que Jonathan Bravo Lopez acaba de tener la gentileza de dar soporte en SANE (lo compré pensando que ya lo tenía pero me bailaron las letras del nombre y he estado más de un año sin usarlo) y ahora no echo absolutamente nada en falta del mundo windows…. salvo, en ocasiones, el Internet Explorer.
Y no es por que me guste, es evidente que no, sino porque por desgracia a veces es imprescindible para hacer un trámite, comprar unas entradas o consultar una información importante… es algo muy desafortunado pero es así. ¿Os imaginais si para entrar en ciertas autovías os exigieran hacerlo con un Ford y no os permitieran entrar con ningún otro coche? A veces esa es la sensación que me producen estos casos
La estrategia que sigo en estas ocasiones es siempre la misma: repito intencionadamente los accesos cambiando de IP para que si consultan las estadísticas de acceso vean que existe más volumen de tráfico procendente de máquinas con otros navegadores y envío correos desde todas mis cuentas protestando… pero luego si el trámite es imprescindible, me toca esperar al día siguiente para hacerlo desde el trabajo.
Ayer, y gracias a un post en Meneamé descubrí ies4linux, un script que te instala internet explorer en tu LINUX de forma fácil, rápida y aséptica.
El único requisito es tener Wine (logico) pero eso no suele ser inconveniente. Para instalar el explorer basta con descargar un fichero comprimido (tar.gz) de apenas 300 Kb, descomprimirlo y ejecutar un script. Eliges la versión de explorer que necesitas (6.0, 5.5, 5.0 o las tres) y pulsas intro. Y listo. Te coloca hasta un icono en el escritorio como si se tratase de un diabólico producto de los de Redmon. Hasta mi madre podría hacerlo.
Ojalá pueda dejar de usarlo muy, muy pronto pero, por el momento, ahí está.