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Solomillo al whisky

No tengo ni idea del origen de la receta pero si recuerdo que, cuando era pequeño, se trataba de una tapa muy popular en los bares de Sevilla y mi absoluta favorita en las raras ocasiones (la cosa no daba para mucho) en que mi familia salía a «tapear». Si es que ya lo dice el refrán: «la cabra tira al monte». En mi última visita a Sevilla hace ahora un mes me tropecé de nuevo con este plato en la carta de uno de los bares que visité y recordé que, hace años, lo tenía incluido en mi repertorio habitual de cocina fácil. He rescatado la receta y aquí está para quien se anime.

Salpimentamos el solomillo cortado a nuestro gusto (taquitos no demasiado pequeños o filetillos no demasiado finos) y los freímos en aceite bien caliente de forma que queden doraditos pero sin quemar por el exterior y jugosos en su interior (de ahí que, independientemente de como los hagamos, no sean demasiado finos).

Reservamos la carne y, en el mismo aceite y con la grasa que ha soltado el solomillo, echamos la cebolla cortada en rodajas finitas y los dientes de ajos (pelados o no, eso al gusto) enteros y con un sólo corte por la mitad.

Una vez que los ajos y la cebolla están bien doraditos (pero sin que se quemen, cuidado) se añaden de nuevo los solomillos, se les dan unas vueltas, bañamos con el whisky (no hace falta que sea un buen whisky: basta con aquella botella de DYC que alguien trajo a la última barbacoa y que nadie se anima a acabarse), el zumo de medio limón y, opcionalmente, una pastilla de caldo de carne. Tapamos la sartén, dejamos cocer unos 10 minutos hasta que se reduce el caldo casi totalmente y ya está listo. A la hora de servirlo lo acompañamos de patatas fritas.

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