La primera huelga general que me pilló trabajando fue la de diciembre de 1988 en protesta contra la reforma laboral de Felipe González. Tenía 20 años y trabajaba en los almacenes de un centro comercial de la cadena Carrefour (que por aquellos entonces se llamaba Continente). Cuando le manifesté mi deseo de secundar la huelga al jefe de mi sección me dijo, casi textualmente, «Tú estás en tu derecho de hacer la huelga y yo en el mío de solicitar a personal que no te renueven el contrato. Y te cumple el mes que viene. No te digo más.» Me la envainé, como suele decirse, y el día de la huelga fui a trabajar. Estaba en primero de carrera, no tenía ningún tipo de cualificación y sin ese trabajo, o uno similar, no podía permitirme seguir estudiando. Cuando llegué a mi centro de trabajo hubiera agradecido enormemente que hubiera allí un piquete que impidiera el acceso o que me permitiera poner la excusa de que no pude entrar por miedo a que me agredieran. Pero no, no hubo piquete y tuve que cumplir con mi jornada contra mi voluntad.
A todos los que salen estos días con eso de que «también hay que respetar el derecho al trabajo» les pediría que tuvieran en cuenta que esta presión por parte de las empresas existe aunque ellos hayan tenido la suerte de no experimentarla nunca (o miren para otro lado cuando ocurre a su lado), y que esta otra forma de violencia es silenciosa y no se percibe de forma tan evidente. Mientras exista, la única forma de pelear contra ella es mediante piquetes. Ojalá no fueran necesarios.
No he tenido ocasión de hacer huelga: me cambiaron el turno antes de poder manifestar mi intención o no de seguirla. Tan sólo pude indicar que dudaba de los servicios mínimos en el transporte público y, aun más, en la posibilidad de alcanzar mi lugar de trabajo durante esa jornada.
No tuve que decidir si hacía o no huelga: apartaron esa posibilidad cambiándome el turno.
Primero!
Buen post. Aunque este en Argentina, hemos pasado por cosas similares aqui.