«Ninguna política se ha de fundar en la decisión de exterminar al adversario; no sólo ??y ya es mucho?? porque moralmente es una abominación sino porqué, además, es materialmente irrealizable; y la sangre injustamente vertida por el odio, con propósito de exterminio, renace y retoña y fructifica en frutos de maldición; maldición no sobre los que la derramaron, desgraciadamente, sino sobre el propio país que la ha absorbido para colmo de desventura.»
Con esta cita de Manuel Azaña concluye «Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie«, un libro de Juan Eslava Galán que habla sobre la guerra civil española centrándose fundamentalmente en anécdotas y sucedidos personales de uno y otro bando, tanto de personajes anónimos como de los protagonistas más conocidos de la contienda. El libro, que promete ser imparcial en su prólogo, pasa muy de puntillas por los fusilamientos de Paracuellos y elude demasiado fácilmente las posibles responsabilidades de Santiago Carrillo en este hecho lo cual, al menos a mi, me deja claro que no lo es. Tampoco creo que se pueda ser del todo imparcial en una narración como esta. Pero lo que si consigue bastante bien a través de una enorme compilación de anécdotas es restar protagonismo a las causas políticas y económicas del conflicto y devolvérselo a la gente que trágicamente luchó y perdió la vida en uno u otro bando.
Algunas historias sobrecogen por su frialdad y muestran el escaso valor que tuvo la vida humana durante aquellos años. Y como ejemplo esta narración de José Luis de Villalonga extraida de su libro Memorias no Autorizadas:
«A mi padre se le cayó al suelo, al abrir su maletín, un cuaderno que se quedó abierto en una página en la que había una larga lista de nombres extranjeros. Mi madre recogió el cuaderno y se puso a leer en voz alta: «Adam Lipkowsky, polaco, profesor de biología. Dos daneses sin nombre a todas luces homosexuales. Cuatro norteamericanos directores de empresa. Hasso von Zarkenau, un alemán antinazi con carnet de miembro del Partido Comunista checoslovaco. Siete rusos sin nombre. Ocho franceses, entre ellos tres profesores de universidad y cinco estudiantes de ciencias políticas. Sir Alan Seaford, un inglés sin más documentación que sus tarjetas de visita. Guido Ferrara, un terrateniente de Calabria…». Mi madre dejó de leer.
??̶ Salvador, ¿quién es esta gente?
??̶ Miembros de las Brigadas Internacionales cogidos con las armas en la mano. Los he mandado fusilar personalmente, sin previo juicio ni zarandajas. Uno por cada par de zapatos que los rojos me robaron en Barcelona.
Y como mi madre no decía nada, añadió:
??̶ De todas maneras los íbamos a fusilar. Lo mismo que hacen ellos cuando cogen a los alemanes o a los italianos que luchan en nuestras filas.
Mi madre sentada ante su tocador se estaba peinando
??̶ Ese inglés, Alan Seafored, me dice algo ??murmuró.
??̶ Es un pariente de los duques de Portland, un sobrino, un primo o algo así.
??̶ ¿Cómo lo sabes?
??̶ Me lo dijo él mismo. Le invité a tomar una copa de coñac antes de darle mi pistola para que se pegase un tiro. Y, claro, estuvimos hablando un rato.
??̶ ¿Se suicidó con tu pistola?
??̶ Si. Al fin y al cabo era un señor. No iba a dejar que se lo cargasen como si fuesra uno de esos cerdos que salen de Dios sabe dónde.
Mi madre acabó de peinarse y le pidió a mi padre que le asegurase el cierre de su collar de perlas.
??̶ Esos ingleses ??comentó, molesta?? siempre se meten donde nadie les llama.
Mi padre se ajustó el correaje del uniforme y dijo con esa rígida media sonrisa que le permitía el monóculo:
??̶ Lo que nunca sabrán los de Portland es que el primo Seaford ha muerto por un par de zapatos.»
Pero no todas las anécdotas del libro son tan crudas. Hay otras bastante más ligeras, como esta del primer sermón de un párroco catalán que tras permanecer tres años escondido en una masía retoma su ministerio una vez que los fascistas han tomado la zona:
«Querídisimos hermanos (comienza el sermón con fuerte acento catalán), ved a dónde nos ha conducido vuestra mala cabeza: tantos vecinos muertos en el frente o asesinados; los campos sin arar; los animales muertos o robados; la iglesia destrozada y yo… ¡yo hablando en castellano!»
En uno de los anexos del libro figura una relación muy interesante, al estilo de estas películas «basadas en hechos reales», que cuenta lo que ocurrió una vez terminada la guerra con algunos de los protagonistas citados. En otro aparece una tabla con una estimación desglosada de las pérdidas humanas debidas directamente al conflicto:
- Entre 100.000 y 125.000 muertes en el campo de batalla.
- 10.000 muertes por bombardeos aereos
- 50.000 muertes por enfermedad y hambre.
- 20.000 muertes por represalias políticas en la zona republicana
- entre 150.000 y 200.000 muertes por represalias en la zona nacional entre 1936 y 1944
El hecho de que los asesinatos por represalias políticas por parte de los fascistas («nacionales», según ellos) casi duplican a los muertos durante la contienda pone de relieve la dureza de la represión que se sufrió en nuestro país durante la postguerra.
Ampliaciones y otras referencias en la wikipedia.